La única forma de poder entablar algún tipo de conversación con Sergei Somnsi, era acompañar su marcha. Parecía una caminata de nunca acabar, sin dirección y hasta peligrosa, ya que decidía hacerla por la calle, con el cordón cuidándole el flanco derecho y conmigo cuidándole el izquierdo.
Su apodo, es más que eso, es su posición, su identidad. Afirma tener la apertura mental de un filósofo ruso posmoderno y eso mutó a concebir el nombre. Nadie lo conoce como Sergio Presto, y no voy a ser yo quien lo deschave (¿?), pero la gente de Isidro Casanova sabe de él desde que era un impúber.
Sólo un par de años lo alejaron de estas partes del oeste, pero la vuelta era ineludible. “Soy un persona de verde, amarillo, naranja, marrón, azul, gris, no existo si soy blanco o negro”, resalta. 35 años tiene Sergei, de los cuales dice no haber trabajado ninguno. Su postura cabizbaja casi anatómica no me permite verle los ojos, ni siquiera su cara, solamente dirige su vista a las Topper negras que luce.
“La magia de la zanja reside en reflejarte entre la inmundicia de la ciudad”, justifica cuando arremeto en comentarle que los vecinos de la zona afirman verlo por lo menos 3 horas al día en la esquina observando fijamente el agua que se desliza por el finiquito de la vereda hasta concluir en la alcantarilla. Algunos piensan que está loco, otros le tienen miedo y los más antiguos lo sienten parte del paisaje del barrio. Miles son las frases rimbombantes que regala en cada paso, y eso que es larga la procesión individual.
Me confiesa haber leído textos de los más diversos, desde Sócrates y su mayéutica hasta la valoración del papel escrito de Quevedo. Pero sigo sin entender como hace para sobrevivir en un mundo regido por el mercado viendo la zanja y creando reflexiones junto a las personas que por ese momento de luz lo rodean.
“No gasto nada, vivo del alquiler del fondo de mi casa. Cultivo tomates, ajíes, albahaca, y tengo árboles de nísperos, ciruelas y castaña. Igualmente, por qué les importa tanto como puedo llegar a vivir o mantenerme, es increíble como la sociedad trata de meterte en el sistema. Si no trabajás sos un vago dicen, pero la palabra engaña, no es lindo volver trabajosa a la vida. Mi existencia es un riesgo a la cadena de valores de la persona, por eso buscan lavarme la cabeza”. Al preguntar por su familia se reserva, aunque reconoce irlos a visitar, de vez en cuando, al sur del conurbano. ¿Novia? Trata de eludirme la pregunta con una metáfora. “No creo en la media naranja. Y más difícil aún es que si cada ser humano es su propia naranja, esté en un cajón distinto. Aunque es cómodo tener todo el cajón para vos”.
Seguimos sin rumbo fijo aunque noté que mi brújula instintiva me dictaba el haber girado y emprender la vuelta. Fue casi como un guía turístico de la zona. No siempre lo hace de esta forma, a veces se toma un colectivo y se va para otros lugares de la provincia a visitar amigos.
Entre esos viajes, hay uno obligatorio. Es cuando tiene que volver al Hospital Psiquiátrico Municipal José Tiburcio Borda y realizarse las pruebas correspondientes con los médicos que permitieron su salida. Muchos amigos tiene ahí y algunos “no tanto”. Pero bueno, Sergei lo tiene muy en claro: “Son unas monedas, las del colectivo, las que pago para tener esta libertad”.
domingo, 26 de julio de 2009
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