Pasa el bondi a las chapas y deja saludos en el viento con un bocinazo molesto. “Cucharón” espera y saluda. Está con tiempo. Tiene que tomarse el que va para la General Paz. De ahí le pega duro hasta Chacarita y se viene con el de la vuelta. Trámite que le lleva unas dos o tres horas.
Está solo. Siempre está solo. En realidad, lo acompañan su guitarra, su armónica y su música, la que entrega a los pasajeros en cada oportunidad que pasea por los colectivos.
Su laburo es jodido pero le sienta bien. Es lo suyo. “En general hay buena recepción. Se da de todo, desde la indiferencia hasta el halago”, dice mientras el ruido de los camiones que pasan por la Avenida Provincias Unidas lo tapan hasta enmudecerlo por segundos.
“Cucharón” es un ejemplar sin copias. Un payaso guitarrero con maquillaje desprolijo y un rostro redondo que carga con barba rasposa y 51 años. Hace más o menos 10 que está en la movida y cancherea sobre los trucos del “surf” de bondis. “Si la primera frenada del chofer es fuerte, la segunda es de golpe. Pero ya sé cómo agarrarme. El cuerpo tiene asimilado el movimiento brusco”, explica. Porque sostenerse de pie y estabilizarse a la vez en el “620” es metódicamente una técnica. “Además tenés 5 o 6 minutos para trabajar, y tenés que estar atento al que quiere bajar o pasar por donde estas tocando”, comenta.
No todo tuvo equilibrio en su vida. Sus ingresos perdieron estabilidad allá en los ‘90s. Sobre todo cuando su patrón de Obras Sanitarias, donde trabajaba, le pidió amablemente que no fuera más. Estaba despedido. Pero la solución la encontró rápido. “El negocio son los bondis”, pensó, y comenzó como ambulante a vender cualquier tipo de cosas. Enseguida pegó buena relación con los choferes y lo dejaron subir gratis. Pero la iniciativa tan prometedora… le duró poco. “No tengo alma de vendedor”, dice sin culpa. De ahí, con poco markenting, cambió la estrategia. Influenciado por un amigo, tomó la decisión de su vida. Maquillaje, sombrero, una flor, y una simpatía perseverante con qué bañar al personaje de felicidad y listo, ya era todo un payaso.
Lo de la música viene de antes. Dice que tiene un repertorio con muchas canciones, de distintas clases y estilos. Que grabó un “demo” en el ‘82 y que hasta a veces toca música clásica (SIC). No puede con su genio y me muestra. Se tuerce un poco para agarrar el mango de la guitarra acústica que lleva atajada a su espalda, con correa y sin funda. Toma posición, y en una esquina ruidosa de San Justo, entre semáforo y semáforo, un “Cucharón” con vos gruesa canta un folk, al mejor estilo León Gieco, con letras que hablan de la libertad y el amor. La gente nos mira y sigue. A nadie le importamos, ni a nosotros nos importa nadie. Termina y aplausos.
Así se gana la vida, moneda a moneda y canción a canción. Es un artista, una estrella sin fama, un vendedor de canciones y un surfer de colectivos. Es a secas “Cucharón”, porque a la persona en este caso se la devoró el personaje, quien “va incorporando todo el tiempo cosas”, quien se muestra un verdadero payaso cantor, y quien ahora se despide, porque pasa el 55, y prefiere tomarse ese.
Por Jacko Fingers
lunes, 25 de mayo de 2009
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